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Cosas que hacemos y decimos la gente-por Blanca Gómez López

10/02/2010

Otro día cualquiera, otro medio de transporte de la TMB. Volvía de trabajar en uno de esos vagones de metro que se comunican con los demás por dentro, de esos que crean una sensación de sociedad efímera entre sus pasajeros todavía mayor que la que existe en los clásicos, porque en los primeros hay más tipos de persona que en los segundos pero todavía unos tipos concretos, y porque se pierde la vista al intentar abarcarlos todos, y porque los de lejos a veces vienen y se dejan conocer mientras otros inicialmente más cercanos marchan para nunca más dejarse ver por según qué parte del vagón-mundo.

 

En el mío, en el vagón-mundo de allí-y-entonces, un par de adolescentes poblaban momentáneamente los alrededores de la puerta que yo tenía inmediatamente a la derecha. Tengo que decir que en todos los mundos que se generan en Barcelona y en torno a las tres de la tarde vive el correspondiente porcentaje de adolescentes, que invariablemente se dirigen a su centro de estudios para recibir sus dos últimas horas de clase. Y en casi todos, además, cualquier poblador de las cercanías de los territorios ocupados por ellos puede seguir sus conversaciones al pie de la letra sin hacer el menor esfuerzo. Vamos, que son un colectivo con un sistema autopropagandístico bastante bien gestionado y perfectamente ejecutado, eso hay que reconocérselo. Pues el mío no era la excepción. Mi mundo, digo, que como decía antes contaba con sus correspondientes quinceañeros a mi derecha, y que como digo ahora éstos además contaban con muy poca vergüenza a la hora de compartir sus sentimientos con el resto de nosotros. Supongo entonces que no les importará que yo los comparta a mi vez con vosotros, y en consecuencia os intento transcribir todo lo que dijeron entre el momento en que llamaron mi atención sobre ellos y aquel otro en el que abandonaban por fin el vagón:

 

Adolescente 1: -Es que qué cariño le hemos cogido a Adrián con el tiempo, al final es que es majo, y hombre, al fin y al cabo, además, es que es el primo de Iván...

A1, también, después de suspirar y meditar unos segundos: -Que a ver, que también te digo que Iván va primero, eso está claro...

A2: - Hombre, sí, sí, ¿no?, sí, al menos para nosotras...

A1: - Claro, claro, pero para nosotras está clarísimo...

A2: - Bueno, y para mucha gente más.

 

Antes de abandonarnos del todo, callaron durante unos segundos. Pocos, pero pocos porque pasaron pocos antes de que ocurriera lo de abandonarnos, pocos pero suficientes para que los interesados supiéramos que la conversación había acabado y que no iba a volver, en modo alguno, a comenzar.

 

Después, la interesada que aquí lo cuenta se quedaba un rato pensando qué tenía la frase “y para mucha gente más” para haber podido sentenciar de manera tan rotunda un tema que, hasta su pronunciación, parecía ser sólo una expresión constante de dudas e inseguridades. Desde el primer “Es” que he transcrito, y probablemente desde algún momento indeterminado de la divagación mental anterior de alguna de las articuladoras de palabras originales, ambas querían llegar a un acuerdo. Un acuerdo sobre quién era más importante para ellas, un acuerdo claro entre las partes pero que irrebatiblemente les diera la razón ante el mundo, además. Querían decir en alto que Iván va primero para nosotras, seguro, y que además es normal, porque Iván mola más. Pero el caso es que en un principio no lo acababan de conseguir, y que eso había llevado al reinado de la cautela antes, durante y después de cada frase de la conversación, no fuera que alguien la cagara y se desvanecieran de pronto las posibilidades de acuerdo... y es que qué, si la otra A no pensaba lo mismo... ...hasta que ah, es que Iván es más importante que Adrián “y para mucha gente más”. Ah.

 

Estaréis conmigo en que la frase en cuestión no aporta ninguna información, absolutamente ninguna, a la conversación. El contenido es una verdad a posteriori, quizás, pero una verdad cuya comprobación empírica conlleva vivir unos diez minutos en el planeta, y esta vez hablo del achatado por los polos, no de la tontería de metáfora de hace diez o quince líneas. Todo el mundo le importa más a un cierto número de personas que otra cualquiera, eso no voy a argumentarlo porque hasta ahí podíamos llegar. Y nuestras As lo sabían, además, porque no se les había ocurrido decir “y para todo el mundo”, no, eso no hubiera tenido sentido.

 

Ya seguro estáis conmigo en que la frase en cuestión no aporta ninguna información, absolutamente ninguna, a la conversación. Y, aún así, había sido suficiente para tranquilizar definitivamente a emisora y receptora, para permitirles decidir que ya habían decidido y demostrar que ya habían demostrado todo cuanto querían decidir y demostrar.

 

Entonces es cuando decidí permitirme yo el mismo grado de autocomplacencia e inventar un argumento que descifrase el enigma lo más satisfactoriamente posible. Eso sí: como yo no soy tan artista, y sí un poquito más cuadriculada que nuestras chicas, me incliné por buscar uno que dijera algo, uno que explicara explicando, a poder ser. Y al final, justo antes de morir yo también en el mundo de puertas automáticas y reencarnarme en el de las escaleras mecánicas, encontré uno que me satisfizo:

Con una frase han reconstruido, traduciéndola, toda la conversación.

Desde el principio del diálogo, y sin saberlo, sí estaban de acuerdo, sí se entendían. Sólo al final se habían percatado. No habían dicho bien lo que las dos sabían, no se habían oído como querían oírse, pero se habían estado entendiendo. Se habían estado entendiendo y ni siquiera hacía falta, de hecho, decir nada concreto para confirmarlo, porque el entendimiento ya había tenido lugar. Sólo darse cuenta de lo que había pasado y rápidamente pronunciar las palabras que tradujeran con carácter retroactivo todo lo anterior.

 

Y esas palabras son nuestras cinco palabras,claro, si no de qué. Con ellas traducen todo. Cuando las oyen respiran tranquilas, porque entonces sí habían tenido la conversación que querían haber tenido desde el principio.

 

La habían cambiado, y sólo entonces la repasaron mentalmente. Era correcta. Correcta y más o menos así:

 

Adolescente 1: -Es que qué cariño le hemos cogido a Adrián con el tiempo, al final es que es majo, aunque hombre, al fin y al cabo, ha sido únicamente porque es el primo de Iván...

A1, también, después de suspirar y meditar unos segundos: -Que a ver, que nos importa mucho más que el primo por muy majo que el primo sea, eso está claro...

A2: - A nosotras sí, claro, opine lo que opine otra gente...

A1: - Y qué gente, también te lo digo.

A2: - Sí, porque son pocos, y no interesan nada, además.

 

Ambas sonrieron, habían ganado. Callaron unos segundos mientras pensaban que igual tampoco eran TAN pocos los que no interesaban, porque al fin y al cabo Iván sí necesitaba su amor. El de las As, digo. Iván era quien era, y probablemente quien siga siendo en algún lugar de esta ciudad, en buena parte gracias a ellas.

 

¿A que sí?

4 comentarios

Blan -

Ya, cariño, pero tú eres un grande de España, y así no se vale. Abusón.

Blan -

Y cuando no estáis de acuerdo en quién es el más feo de una pareja de feacos del instituto, eso sí que une. Óle.

Clara -

Cuando tu amiga y tú, a los quince annos, estáis de acuerdo en quién mola más, eso ya es todo el mundo. En caso de no estar de acuerdo, habría que organizar un merecido campeonato de chicos con papelitos y votaciones secretas en la clase de biología.

Manolo -

Pues claro que sí.

A mí eso mismo me pasa todo el rato todavía.

Yo: Eso mola, ¿no? (silencio) O sea, a ver, que mola comparado con eso otro que es mucho peor

Otro: Claro

Yo: Eso. Lo que yo decía.

A mis 36.