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Cosas que hacemos y decimos la gente-por Blanca Gómez López

16/11/2010

Habían quedado para intercambiar conversación. No para conversar: se ve que, si uno quiere sacarle a las frases que se dicen un provecho que supere las meras adquisición y transmisión de información, lo que hace con la conversación es intercambiarla. Ya sabéis: primero hablamos en mi idioma, después en el tuyo. Da un poco igual sobre qué, y es inevitable que así sea, además, puesto que no nos conocemos de nada. Y en efecto así era, allí y entonces: no se conocían de nada, en pasado y tercera persona del plural, los que habían quedado al principio del párrafo para intercambiar conversación. Él y ella.

 

Y allí están, en pasado pero en presente, que es un tiempo verbal que crea como más atmósfera. Empiezan en inglés. Él, que no acaba de desenvolverse en esta lengua, decide sacar el tema del chollo de piso que ha adquirido recientemente. Ella, que es de suponer que la domina desde su más tierna infancia, pregunta cortésmente todo tipo de detalles sobre el apartamento en cuestión.

 

Él, que no acaba de desenvolverse en esta lengua pero que está encantado con el piso que se acaba de comprar, se pasa continuamente al castellano para conseguir transmitir a nuestra interlocutora, lo más detalladamente posible, los sentimientos que experimenta al respecto de su acertada adquisición.

 

Ella, que es de suponer que la domina desde su más tierna infancia y no está nada, pero que nada interesada en conocer los metros cuadrados que tiene la terraza de él, le detiene cada vez que termina una frase para recordarle que tiene que hablar en inglés. Eso sí: emplea cada una de las veces, para ello, el más dulce de los tonos y la más fingida de las curiosidades sobre el tema. De vez en cuando incluso traduce lo que él acaba de decir, para que así tenga la oportunidad de repetirlo e incluso conseguir aprender algo en el intento.

 

Él, que está encantado con el piso que acaba de comprar y siente algo de vergüenza cuando habla cualquier idioma que no sea castellano, se limita a repetir apresuradamente lo que ella traduce y a seguir dando datos sobre las habitaciones de las que ahora dispone, siempre en su idioma natal.

 

Ella, que no está nada, pero nada interesada en conocer los metros cuadrados que tiene la terraza de él pero sí en practicar castellano cuando llegue su turno, insiste en llamarle la atención a él para que hable el idioma que toca, con el objeto de poder sentirse cómoda consigo misma cuando la conversación haya de tener lugar, entonces cómodamente ya, en el que él se empeña ahora en utilizar.

 

Él, que siente algo de vergüenza cuando habla cualquier idioma que no sea castellano y en realidad se apuntó a esto del intercambio de conversación para ver si encontraba una mujer con quien compartir el pisito de marras, ignora las llamadas de atención de ella cada vez con un mayor grado de naturalidad, sin apenas darse cuenta. De hecho ya apenas recuerda por qué está allí.

 

Ella, que está interesada en practicar castellano cuando llegue su turno pero no es la mujer con quien él podría compartir el pisito de marras, se rinde y decide dejar lo del intercambio.

 

Se suma al castellano, comienza a practicar. No parece que vaya a recibir queja ninguna, así que por qué no aprovecharse.

 

Él no va a proferir queja alguna, porque en realidad apenas se ha percatado de que haya habido cambio alguno en las circunstancias de la conversación. Eso sí: se encuentra de pronto como pez en el agua. Percibe más agradable la situación, más entrañable a la persona que tiene enfrente. Muy bien todo, vaya.

 

 

Ella tiene mucho cuidado de seguir hablando de lo que a él le gusta hablar para que él siga sin percatarse de lo de las circunstancias de la conversación. Habla de ello durante veinte minutos más; después se va contenta a casa. Había venido a intercambiar conversación, él no, y a pesar de todo ella había conseguido su parte del intercambio. Había ganado. Había dirigido las cosas según su propio interés.

 

Él también se va a casa. Cuando han desaparecido ambos del local que compartimos yo me quedo pensativa. Me quedé, en realidad, que a estas alturas podemos ya empezar a prescindir de atmósferas. Y pensaba que vete a saber quién de los dos había dirigido allí más la situación en cuestión: ella había conseguido su parte del intercambio por medio de una estrategia cuidadosamente improvisada. Él había hecho lo que le había dado la real gana durante todo el no intercambio con tan poco esfuerzo por su parte que ni siquiera era consciente de haber hecho nada.

 

Conque.

3 comentarios

M -

Jo, no he puesto ni la M típica antes. Qué desastre. Pues sí, soy el marido de la articulista.

blan -

Dado tu anonimato me cuesta saberlo, en realidad...
Que sí que estabas, tonto

Anónimo -

No, pero gana ella total. Él ha perdido el tiempo, como le suele pasar.

Oye, ¿y yo estoy allí? Porque no me enteré (no me entero, quiero decir) de nada de todo eso.