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Cosas que hacemos y decimos la gente-por Blanca Gómez López

23/09/2007

Era un día de julio, no recuerdo cual. Mi amiga Carmen me llevó a un concierto, el cual prefiero ni mencionar, más que porque exista razón alguna para no mencionarlo, porque no me acuerdo. Lo que sí recuerdo es que el sitio donde tenía lugar era uno muy pequeño, con pocas mesas, y que todas eran muy grandes. Una en concreto se encontraba ocupada únicamente por un chico, y nosotros éramos bastantes, de modo que el dueño -al preguntarle dónde sentarnos, no se vaya a pensar ninguno que preguntamos al dueño por la vida de sus clientes así, sin venir a cuento- nos aseguró que lo suyo suyo, lo que se estilaba en su bar, era informar al chico de que allí nos íbamos a sentar, en su mesa, todos juntos, y a continuación proceder a hacerlo. Nosotros hicimos lo propio, aunque, como se estila en la sociedad en general -dijera lo que dijera el dueño gordo aquel- preferimos, más que informar al chico en cuestión, preguntarle educadamente si estaba solo y si podíamos ocupar un lugar a su lado.

 

Él ya de entrada se puso nervioso. Era de esas personas que encuentran terrorífico el mero hecho de que un desconocido decida dirigirle la palabra. A pesar de todo, nos indicó que esperaba gente, “un persona, tal vez incluso dos”, para que supiéramos no sé bien qué, porque pese a su intento de poner las reglas lo que consiguió poner mejor fue cara de que hiciéramos lo que quisiéramos. El caso es que si nos sentábamos allí no cabían dos más. De modo que pensé que la advertencia no era tal sino más bien una especie de comentario post derrota, tipo “pero que sepáis que me habéis jodido”.

 

El concierto empezó, y el chico seguía solo -sólo con nosotros, vaya-. Es reseñable también el hecho de que “antes de que empezara pero después de que nos sentáramos allí” -la franja temporal que que puede ser así descrita- fue un rato, también, de considerable longitud. Vamos, que si había quedado de verdad con alguien, esa persona, tal vez incluso dos, llegaban más de una hora tarde.

 

Y ocurrió: En medio del concierto, apareció una chica. Se sentó a su lado, de modo que la vida en aquel banco -que es lo que era el mueble donde nos apoyábamos- comenzó a ser realmente incómoda. Sin embargo, era justo. Estábamos avisados. Pensé que si aquella chica llegaba tan tarde sólo eran posibles, entre ella y nuestro protagonista, dos tipos de relaciones: de novios/amigos íntimos -mucha confianza, sé que me perdonas siempre- o de prácticamente desconocidos -en realidad no quería quedar contigo, pesado, así que ahora te lo demuestro-. Su escueta conversación, al lo largo de los pocos temas -musicales- que le quedaban a la velada, me hizo decantarme por la segunda opción.

 

Pero este no es el tema. El tema es que, una vez se encendieron las luces, el chico comenzó a explicar a su compañera, prácticamente a gritos -ya que el verdadero destinatario de su comentario estábamos no solamente algo más alejados de él que ella, sino que además hablábamos los unos con los otros y en un tono no poco elevado, como resultaba el adecuado para poderse comunicar en aquella sala-, cómo sus compañeros de mesa “habían creído todo el rato que en realidad estaba solo”, y cómo por tanto “jamás hubieran dicho que hubiera quedado de verdad con nadie, y menos con una chica”.

 

Yo le oí, claro está. Nadie más lo hizo. Dudo siquiera que el resto de mis acompañantes se hubieran percatado de que al final había aparecido una chica. Pero él estaba convencido de que era el centro de atención de aquella mesa,de que todos habíamos pensado muy mal de él mucho rato, y luego mejor, o peor, pero mucho rato de “pensar” y mucho rato de “en él” -yo un poco, vale, pero yo estaba pensando que seguramente pudiera escribir algo, así que no soy válida como acierto de su versión de por qué el mundo le hacía caso-.

 

Es increíble la importancia que nos damos. Todos nos hubiéramos sentido aliviados de recibir un acompañante si hubiéramos estado en aquella situación. Me atrevería a decir incluso que la mayoría de nosotros hubiera comentado en voz alta el malentendido social en algún momento. Es que nosotros, yo, es en lo que están pensando todos, exactamente como cuando se folla con alguien por primera vez: prácticamente no damos pie con bola porque la absoluta totalidad de nuestros recursos está siendo utilizada en fabricar un personaje que guste al otro, porque éste “va a pensar” hasta la exacerbación. Pero el otro no piensa nada de nosotros, está demasiado ocupado preocupándose por lo que vayamos a pensar nosotros de él. Qué divertido.

3 comentarios

Axl -

Esto me recuerda a una de esas caidas estupidas al resbalar en un charco, donde te duele infinitamente más el orgullo que el culo...
Pero es así, y yo el primero de la lista.

blan -

hombre,potencialmente potencialmente... yo haría muchas, eh. Para aclarar este conflicto lo mejor es preguntarse ¿Quedarías mal por dinero? ¿Por cuanto dinero quedarías cuánto de mal?

cler -

Creo que el tema "a ver qué van a pensar de mí" ha movido tanto como el dinero a lo largo de la historia. ¿Cuántas cosas harías tú, potencialmente, por dinero? Pongamos "x". ¿Cuántas haces cada día por no quedar mal? Pongamos "x al cubo".