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Cosas que hacemos y decimos la gente-por Blanca Gómez López

22/11/2007

El otro día, haciendo la cola del banco para no sé qué, una señora bastante mayor empezó a contarme cosas. Bueno, en realidad se las contaba a Manolo, eso por un lado -que vale, que sí, que es más sociable que yo-; por el otro, es que además ni siquiera estoy segura de si las empezó a contar así, sin introducción alguna. Ahora que lo pienso, igual sí hubo introducción y lo que no hubo fue atención por mi parte hasta cierto momento, más concretamente en el que la cosa empezó a ponerse interesante. En cualquier caso, la cosa que contó entre las otras cosas y que a mi vez me apetece a mí contaros, es la que sigue:

A esta señora en cuestión la operaron hará poco más de un año de cataratas -creo, porque decir decir dijo de la vista, y Manolo le preguntó que si de cataratas, y ella ni se inmutó. Que esa es otra, que de su sordera no comentaré nada más, pero ahí estaba, ahí estaba su sordera o sus pocas ganas de hacer caso a nadie, acompañada/s de sus muchas de hablar, de las que tampoco haré mención y a las que tampoco trataré de buscar causas rocambolescas, como acostumbro a hacer-. O sea, que lo dejamos en cataratas, si os parece bien. En fin, que operarla la operaron, y que eso conllevó que la pobre se pasara los siguientes meses -los siguientes muchos, no he sido capaz de recordar los siguientes cuántos- con los ojos vendados. Vendados pero vendados del todo, como los minutos de reloj. Vendados como para no poder mirar nada de lo que tenía alrededor, ni, por descontado, a sí misma en espejo alguno.

La cuestión es que cuando le retiraron la venda lo primero que hizo fue correr a comprobar qué aspecto tenía. Bueno, en realidad esa no es la cuestión del todo. La del todo es que cuando consiguió verse quedó espantada. Se encontraba fea, muy fea, no podía creerse que hubiera pasado tanto tiempo con ese aspecto. ¿Y sabéis qué dos cosas fueron, de las que vio en aquel espejo,las que más le horrorizaron? Su boca, que la vio más arrugada que nunca, y sus gafas de sol nuevas, que alguien había elegido por ella para esta segunda fase de la rehabilitación y que, al parecer, ya había comenzado a utilizar mientras permanecía vendada. Digo lo de que debía haber empezado a llevar las gafas antes porque su gran preocupación, más que la fealdad en sí misma del complemento, era el hecho de haber tenido ese aspecto todo aquel tiempo sin siquiera haberse dado cuenta de ello. Día tras día, la gente la había mirado y había visto nada más y nada menos que aquella boca y aquellas gafas. Qué disgusto más tremendo.


Mientras la señora intentaba describirnos la sensación a la que acabo de referirme arriba -y durante bastante rato después, en realidad-, a mí me dio por pensar que debe ser acojonante tener la oportunidad de ver, de golpe y sin haber podido apreciarla progresivamente, la huella que sobre uno mismo ha dejado el paso de aunque sea tan poco tiempo. Ver lo mucho tiempo que sobre nuestra cara resulta ser “poco tiempo”, comprender que sólo nos reconocemos porque no dejamos de vernos ni un sólo día. Sin embargo, también pensaba que lo más acojonante que puede pasarte es descubrir todo eso con muchos años, porque así de paso compruebas que, tal y como te parecía, la vida es prácticamente igual que siempre.


Igual que siempre en lo tangible, en lo rápido o despacio que nos afecta el proceso de envejecimiento. Porque, por muy viejo que se encuentre uno, se ve que el paso de unos meses es suficientemente relevante sobre nuestra boca; el tiempo sigue pasando igual de rápido hasta el final.


A mí me parece una noticia genial, que seguiremos estando igual de vivos, según se mire.


Pero, además, igual que siempre en lo intangible: ¿las gafas?


Eso sí que me parece una noticia genial, saber que lo divertidos que resultamos ejerciendo nuestra absurdidad -que así es como se dice, os lo juro-, eso tampoco cambia. Qué menos, no, que no arrepentirse de nada.

4 comentarios

cler -

Tienes razón, no había caído, es como si existiera la posibilidad de medir los minutos con algo que no fuera el reloj, por ejemplo con nuestro propio instinto. ¡Qué gracia!

blan -

Es que siempre he sido fan de la expresión "cinco minutos, pero de reloj". Es tan guay. Ya, yo últimamanete también me la miro mucho, que nunca se sabe

Clara -

"Vendados como los minutos de reloj". Pues es la primera noticia que tengo. Es igual: a partir de ahora observaré con atención mi boca.

Manolo -

Pues yo esta mañana pensaba: "... y a los 33.9 años las patas de gallo se hicieron evidentes ya pero es que de verdad de la buena"