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Cosas que hacemos y decimos la gente-por Blanca Gómez López

13/08/2008

Eran las cinco de la tarde, y era una tienda de artículos de broma. Bueno, antes fue la puerta, luego la tienda. Y no hago esta puntualización por puro capricho, sino porque la sucesión de impresiones que es relevante relatar para poner al lector en situación tuvo lugar en un orden que está marcado por la de estos dos escenarios. Desde la puerta, y a través del cristal, la tienda se antojaba la fiesta misma que se supone se puede organizar una vez uno compra los productos que ofrece: se antojaba colores, caramelos, piñatas. Una vez dentro, sin embargo, la celebración más bien infantil se convertía en una bastante más decadente: el fluorescente no acababa de encender bien, las cajeras no parecían disfrutar especialmente de su situación laboral, las estanterías hacía cierto tiempo que no se limpiaban como es debido. A punto estaba de dar marcha atrás y volver allí donde la perspectiva era tan más acogedora, cuando llegaron a mí los primeros gritos de una pandilla de críos que corría por el interior del local. Los primeros que yo estaba en posición de escuchar, claro está; dudo mucho que se tratara de los primeros que les daba por proferir.

 

Eran gritos de auténtico júbilo. Emitidos a un volumen de hooligan, eso sí: debía quedar patente lo asocial de su alegría. Sin embargo, era evidentemente alegría. Alegría porque habían dado, en la zona en la que vendían artículos de broma, con el apartado titulado “bombas fétidas”. Os haréis cargo: a ver a qué huele eso, ojalá apeste, pero qué guarro eres, pero qué guay todo...frases, estas u otras de similar naturaleza, siempre acompañadas de carreras exageradamente rápidas por entre los pasillos de aquel almacén, carreras a su vez necesarias para huir de los olores que ellos y/o los artefactos, que no sé quién era más responsable, iban provocando una y otra vez.

 

Los iban provocando,los iban disfrutando y los iban rehuyendo, y es que toda la diversión que disfrutaban se basaba enteramente en contradecirse a sí mismos:

 

Cada uno de ellos -de los chavales, doceañeros y varones todos ellos- quería, cada vez que seleccionaba un artículo, que oliera mal, porque entonces seríatodotangracioso. Deseaba fervientemente que apestara, pero mientras lo deseaba corría despavorido para no sufrirlo en sus carnes.

 

Quería que las cosas olieran mal, pero no olerlas.

 

Cada uno deseaba, además del simple hecho de que el objeto seleccionado oliera o no, poder percibir su efecto el tiempo suficiente -décimas de segundo bastaban- como para distinguir exactamente cuán asqueroso era en realidad, y disfrutar así la verdadera dimensión de la diversión. Pero a la vez no querían olerlo tanto, claro está, como para que lo asqueroso finalmente produjera la sensación que da sentido a su existencia y de la derivación de cuyo nombre resulta merecedor: el asco.

 

Esto es, querían ser conscientes de cada olor el tiempo suficiente, pero nunca demasiado.

 

Cada uno quería ser, por si fuera poco, el primero en percibir el mal olor de aquello que tocara oler, para convertirse en portador de la buena nueva -¡Este sí que da ganas de vomitar!- y poder representar, por derecho natural y unos segundos, el papel de héroe. Por ello mismo, si era otro el que lo conseguía -lo de detectar una nueva fuente de repugnancia-, su actitud consistiría en negar, durante un rato, que el olor descubierto fuera comparable -en asco- al inmediatamente anterior. ¿Este nuevo? Bah, mucho más rollo. Ahora bien: lo negaría sólo unos segundos, porque algunas de estas fracciones de minuto después, si lo continuaba negando, se convertiría irremediablemente en el pringado que se había quedado para oler lo que finalmente resultaba ser apestoso. Así, este último subcomportamiento  se basaba en tener una actitud y la contraria de manera consecutiva, y sucederlas, además, a una velocidad pasmosa: no querían ser los últimos en certificar el mal olor, pero tampoco celebrar la victoria del primero demasiado pronto.

 

Los tres subcomportamientos se fundamentaban, entonces, en el placer encontrado en experimentar voluntades contradictorias. Que qué placer encontramos todos en tantas cosas que detestamos, todos los días.

2 comentarios

chafandika -

¿sabes? me dejaste mal el link y te tuve que buscar por el gugel, ahi me saltó el extracto de un foro donde alguien te dice que ponías mal la URL...

lo dicho.

chafandika -

Tienes un blog que se me ha hecho de lo más entretenido. No había entrado aún a votar en esta categoría de Ciudad en el 20min pero aqui te dejo mi voto, me gustó el paseo.

Entiendo que volveré, aunque como tú dices, sea una vez al mes.

(yo me apunté por Personal, no competimos)