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Cosas que hacemos y decimos la gente-por Blanca Gómez López

13/09/2008

 

Estoy sentada en el segundo banco del ex-andén con dirección a Congosto de la estación de Pacífico en la linea uno.

Un grupo de chicas de entre quince y dieciocho años -y no quiero decir que entre ellas hubiera quinceañeras y diecisieteañeras, valga de ejemplo, sino que, teniendo todas exactamene la misma edad, ésta no me resultó obvia a primera vista-  se dedica, por intervalos cortos, bien a gritar con fuerza sin decir nada en concreto, bien a poner a parir a la componente que les falta para ser, por fin, el grupo completo que pasará el día en el parque de atracciones, tal y como está planeado. A parir porque llega tarde: siempre hace lo mismo, es que le da todo igual, pero entonces, ¿en qué línea viene...?

Yo, como ellas, miro a la derecha casi todo el tiempo que tarda en venir mi tren. Quiero ver si llega ella, cómo es, cómo reaccionarán las demás cuando por fin aparezca...

Sin embargo, fracaso en detectarla por mi cuenta. Mi plan de mirar a la derecha no era malo, pero me falta atención. Ellas estaban mucho más atentas y me avisan con gritos-saludo, gritos-"qué guapa" y uno solo al respecto de la hora , muy concreto: "¡pero qué record, más poco tarde que nunca!". La que faltaba, la que ya llega, avanza desde muy lejos hacia nosotras con cara de indiferencia, aún no nos ha visto -sí, yo también pensé lo mismo, ¿es que sólo ellos son inmunes a su propio volumen? Qué guay-. Bueno, el caso. Pasa junto a un chico. El chico la saluda con la cabeza, aunque poco. Se conocen, pero tipo hijo de amigo de los padres de uno. Por cómo la saluda con la cabeza, digo. Ella mueve igual de poco la suya como respuesta, pero no hace ningún ademán de irse a parar para saludarle.

Entonces, nos ve. A sus amigas, digo, aunque verme, a mí también me ve. Sabe que llega tarde.  Sabe que todas la miran, que le están hablando a ella y que las dos que no le hablan a ella, hablan de ella.  Como todavía no ha sobrepasado suficientemente la altura del andén en la que se encuentra el único chico de esta historia -al menos no como para que resulte demasiado raro para él, aunque sí un poco- de pronto se da la vuelta y decide saludarle con grandes aspavientos. Sus amigas la miran, y eso hace que el interés de ella por el hijo del amigo de sus padres se haya incrementado enormemente en un santiamén. Se alegra tanto de verle, le interesa tanto qué hace con su vida, porque el caso es que su madre, sí, le cuenta, pero no demasiado...

Tienen un tipo de conversación que no merece la pena transcribir pero que yo escucho atentamente, por si acaso refuta mis hipótesis (os diré que no es el caso). Después ya puede reunirse con sus amigas.

Yo tengo nostalgia de cuando nos importaba más lo que pensaran nuestras amigas que los hijos de los amigos de nuestros padres.

Léase gente que nos quiere/gente que nos mira.

1 comentario

Santiago -

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