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Cosas que hacemos y decimos la gente-por Blanca Gómez López

16/12/2009

 

Acabábamos de subir al avión que saldría hacia Barcelona en cuanto pudiera hacerlo. Nos estábamos acomodando, los demás hacían lo mismo, por el pasillo pasaba mucha gente en cualquiera de la dos direcciones que permite llevar un pasillo de avión. Y, como siempre pasa durante este tipo de situaciones, ningún componente de toda esa gente, ni de la que pasaba ni de la que nos acomodábamos, estábamos lo más remotamente atentos a lo que pasaba a nuestro alrededor. De ahí que los acontecimientos que resultaron desarrollarse y que hoy os voy a explicar acabaran haciéndolo de la manera en que lo hicieron. Ay, si hubiéramos estado todos más atentos. Ay.

 

En estas estábamos, en no estar, cuando una chica de las que pasaba hacia aquí o hacia allí, en aquel momento y por nuestro lado, resultaba que nos ofrecía, así, de pronto, un mp3 que, según ella, “se nos acababa de caer al suelo”. Como no tuvimos tiempo, dada la velocidad que llevaba, de explicarle que oye, que no, que no era nuestro, nos limitamos a pasarle el aparato en cuestión a la primera azafata que tuvimos a la vista, que pasaba igual de rápido y con la misma escasa atención -la nuestra, digo- con la que hacíamos en ese momento todo lo demás. Es lo suyo, ¿no? Si alguien reclama el aparato, pues se lo darán.

Cogiendo aire que despegamos.Y aterrizamos, que la elipsis dura lo suficiente.

 

Llegado el momento de desembarcar, lo hicimos prácticamente en último lugar. Al final del pasillo -o al principio, según se mire-, otra azafata y un chico con la típica pinta normal nos estaban esperando a nosotros. Querían el mp3 de él, y sabían que lo teníamos nosotros porque una chica afirmaba habérnoslo dado -cómo nos describió tan fielmente como para que nos clavaran, esa duda siempre nos quedará-. “Pero nosotros no nos lo hemos quedado, sino que...” … ya sabéis.

 

Que a qué azafata se lo habíamos dado exactamente. Pues no lo sé, oiga, ha sido muy rápido, pero llame al fondo del avión -que es un concepto que me encanta, hágalo y diviértame en el proceso, ya de paso- y ahora mismo saldrá la que haya sido, ya ve usted qué problema. Llama, me divierto, nadie recuerda nada, me dejo de divertir. Pues que vengan todas, que lo sacamos, que nos acordamos de a quién narices se lo hemos dado. Vienen todas. Ni idea, así, viendo las caras. Qué cosas. Pero la que sea lo tiene que saber, digo yo.

 

Pues no. No solamente nadie dice saber nada del tema, sino que además todas, sin excepción, nos ponen por riguroso orden sucesivas caras superlogradas de “es que ni de coña” que yo, así una por una, me acabo creyendo. Pero no puede ser. Alguien era, esto es un avión, nadie ha entrado ni ha salido, joder ya.

 

Nadie parece haber sido, y al final el chico con pinta de normal decide que qué le va a hacer, así que nos alejamos del avión los tres murmurando que qué fuerte, que un trabajador de la compañía le ha robado, efectivamente, en la cara.

 

Nos separamos, despacio, esperando en vano, supongo que todos y sé que al menos nosotros dos, que alguien grite desde detrás, diga algo, y siendo a la vez perfectamente conscientes de que es de todo punto imposible que el que hasta ahora mismo murmuraba con nosotros se haya creído ni una palabra de lo que le hemos dicho.

 

Una cosa está clara: nosotros no nos quedamos el mp3. Pero otra también lo está: siendo perfectamente racionales, todos menos el culpable pensarán que hemos sido nosotros.

 

El chico sólo sabe que el mp3 nos lo dieron a nosotros, y después de eso o mentimos nosotros, o miente el personal de la empresa. Le es menos frustrante culparnos a nosotros, claro.

 

La azafata que esperaba junto a él tiene los mismos datos, pero para ella los profesionales, además de serlo, son sobre todo compañeros. Le es menos desagradable culparnos a nosotros.

 

Lo mismo piensa el resto de la tripulación, excepto el culpable, claro está. Les es menos socialmente incómodo culparnos a nosotros.

 

El mundo es un lugar mejor para más personas si nos culpa a nosotros. Culpados estamos.

 

La cuestión no está en si eso es lo lógico de pensar, además de más cómodo. Sí lo es, y la mayoría de gente lo pensaría, y el hecho de que la mayoría de la gente se equivocara en este caso concreto no demuestra que sea una manera poco fiable de pensar, ni nada parecido. Es la fiable, y si todos llegaríamos a la misma conclusión es porque el razonamiento está avalado por la experiencia, o sea, porque la mayoría de las veces acertaríamos, con lo que mira, pues está bien hecho. El riesgo de equivocación es suficientemente pequeño como para abrazarlo y cagarla de vez en cuando.

 

La cuestión es por qué. Por qué además de cómodo y frecuentemente cierto parece lógicamente deducible que somos nosotros.

 

Sólo hay dos posibles razones: la diferencia que supone defender la acción de la que lo hace defender la omisión, por un lado, y el hecho de que la profesión del otro grupo de sospechosos haga tan más peligroso robar cualquier cosa a los pasajeros, que eso, ya se entiende, que tienen menos razones para hacerlo. Muchas menos.

 

La segunda posible razón que he citado para que la culpa seguramente recayera inmediatamente sobre nosotros se explica por sí sola. La primera consiste en el hecho de que sólo nosotros afirmábamos haber realizado una acción que nadie podía corroborar. La chica que originalmente nos dio el aparato ha sido corroborada por nosotros, nosotros por nadie. Los demás, en cambio, sólo afirmaban no haber hecho nada, y, aunque tampoco nadie podía confirmarlo, no es lo mismo una acción no probada que una omisión que tampoco lo está. ¿Por qué? Primero, si nadie ha visto una acción, y me refiero siempre a las realizadas en público, hay menos posibilidades de que haya ocurrido que de que sí. Segundo, la acción de la que se acusa a alguien se le imputa eso, a alguien, a una persona o grupo de ellas en concreto. Por algo será; que demuestren lo contrario. En cambio, si consideramos necesario demostrar la omisión para que alguien pueda quedar fuera del grupo de sospechosos, todo el mundo habría de demostrarlo. Es demasiado costoso. Este segundo factor no existiría si hubiésemos sido capaces de reconocer a la persona a la que dimos el dichoso aparatito, porque entonces sólo ella tendría que haber demostrado no haberlo hecho. Pero, así y todo, quedaría el primer factor. Yo digo que sí, tú dices que no, y nadie ha visto nada. Mierda.

 

Vuelvo entonces a la duda que quería plantear hoy aquí: ¿Cual de las dos razones es más poderosa? ¿Esta diferencia o la azafatez de las azafatas? ¿Qué pasaría si alguien del gremio en cuestión dijera que nos ha dado algo, nosotros dijéramos que no, y nadie hubiese visto nada?

 

Ahí lo dejo. Para que opinéis y arrojéis un poco de luz sobre todo esto.

 

Que por cierto, el mp3 era de lo más cutre, que es lo más flipante. Pantalla rota, para más señas.

7 comentarios

blan -

Ojalá. Vueling, ¿te dice algo?
Por cierto, no sé en qué punto el Orejo ha empezado a ser el Orejo, pero lo celebro enérgicamente, en cualquier caso.

Clara -

Pero si vosotros fuerais Los Orejos, acaso no pensaríais que armar semejante escándalo -léase llamar al fondo del avión y hacer salir a toda la tripulación para inspeccionar sus caras- es demasiado esfuerzo para quedarse con un mp3 de mierda? Yo creo que el Orejo es consciente de eso ahora, aunque en ese momento quizás no lo fuera. O sea que, o os cree, o os considera unos craks del 15 por haberle churrimangado el mp3 y montado una escena en el aeropuerto. Por cierto, qué compannía aérea era? Puede ese dato arrojar luz al asunto?

blan -

Pues aquí mi marido opina que sí, a lo que se ve. Yo creo que no, pero porque yo soy una chinada, y no acabo de tomármelo con humor...porque la verdad es que mola más ese escenario.

Jr -

Los culpables. Buen título para la próxima del pesao de Amenábar. O del Selu, según se mire.

Me encanta imaginar la cara de poker de la tipa (fuera quien fuera) con el orejista y vosotros delante...

Tía un mp3 roto!! Y ahí, aguantando. De flipar. A más a más: ¿Creéis que lo comentó con algún compi?

Impagable entonces las caras, entonces.

Visto desde fuera, claro.

Manolo -

Un tema: nada de "menos el culpable". Todo la puta tripulación se estuvo partiendo el culo de nosotros esa noche. Y del crack del mp3: "Mira, si tiene dos discos de La Oreja, qué mono".

blan -

Así megusta, que te vengan las ideas. Para eso cuento tonterías, me alegro de que sirva de algo.
El cabo suelto número 5 fue el que más me atormentó -por la perplejidad que me producía- durante toda aquella tarde: es que justo tenía que estar pasando por allí, no hay otra. Bueno, no hay otra o era un complot de todos ellos juntos para jodernos el día.
Y ya, lo de la cara es muy fuerte. Pero de verdad que el traspaso tuvo lugar poco menos que de reojo y entre cabezas...

Jr -

Antes que nada mostrar mi solidaridad. Es un rollo, encima en un viaje de vuelta, tener que soportar la presunta culpabilidad sin comerlo ni beberlo. Mal cuerpo.

No pudiendo decidirme por ninguna de las opciones, por la aplastante contundencia de ambas, necesito más.
Creo que tenemos cabos sueltos:
1.- que la chica vea que se os cae el mp3
2.- que vosotros os lo guardéis sin ser vuestro
3.- que asumierais honradez en la azafata (bueno, esto un poco sí tiene sentido).
4.- que el chico comente a la tripulación la pérdida de su fabuloso mp3
5.- que aparezca la chica que lo encontró. Esto nos ofrece dos posibles escenarios: o fueron preguntando por todo el pasaje, cosa que dudo, o que la chica pasara al lado del chico cuando éste andaba litigando
6.- que no recordarais la cara de ella (de nuevo, un poco sí, son todas iguales o casi)
7.- que la otra, sí la vuestra
8.- que el chico se hiciera vuestro amigo cuando, al final, sólo había dos premisas ciertas que casi todas las partes daban fe de ello: 1ª –el mp3 existía; 2ª - vosotros recibisteis el aparato

PD. Sin querer, me han venido a la cabeza ciertas ideas: atribuciones tomadas por determinados colectivos sumadas a la que inconscientemente les damos, necesidad de estar tutelados por autoridades sin bastar la propia ética ciudadana, las diferentes percepciones de la realidad de un mismo hecho, el corporativismo repugnante,