Blogia
Cosas que hacemos y decimos la gente-por Blanca Gómez López

03/03/2010

Para imaginarte bien cómo se desarrolló la escena, empieza por imaginar que estás sentado en una silla. La silla en cuestión se encuentra en un habitáculo, a su vez, con ventanas a los lados y dos puertas que se abren aproximadamente cada siete minutos. Con cada apertura, y esto es importante, el habitáculo entra en contacto con el mundo exterior: por la puerta que está situada en un extremo de la habitación, hacia el que todos miran, entran personajes de fuera. Por la que está más bien en el centro, sin embargo, salen algunos de los que se encontraban dentro, en número variable según la ocasión. Tú estás sentado muy cerca de esta última puerta; tanto que sientes el fresco que se cuela por ella cada vez que pasan el número de minutos que cada vez resulte que transcurran entre contacto y contacto.

 

Si miras a tu alrededor sólo ves o grupos de personas temporalmente asentadas en su lugar dentro del prisma o aquellos que se disponen a abandonarlo con mayor o menor inmediatez.

 

Si miras con mayor atención eres capaz de hilar un poco más fino en lo que respecta a tres grupos de personas concretos, al menos si decides -que lo decides, ya te lo digo yo- atender a los prejuicios de que puedes y te sientes tentado a tirar en ese momento:

 

Delante de ti, lo que te parecen representantes del clásico estereotipo progres-pijos catalanes.

 

Una fila por detrás, una pareja que más bien computa como el típico matrimonio amargado/amargante -que no un matrimonio entre estos dos tipos de persona, entiéndase, sino una pareja que resulta ser ambas cosas porque es cada una a causa, precisamente, de ser la contraria, tú ya me entiendes-.

 

Otra fila más hacia el fondo, la típica señora de clase cultural media baja que construye su prestigio social a base de ser inapropiada y sobre todo públicamente ordinaria ante cualquier situación porque resulta que, en consecuencia, su grupo de compañeras de rutina y fans (de igual clase cultural pero mucho más educadas, que nada tiene que ver) le ríen todas y cada una de las actuaciones que lleva a cabo.

 

 

Paremos un momento. Decía, tres párrafos más arriba, que tu capacidad de detección de los tipos de persona que te rodean está principalmente basada en los prejuicios que eres capaz de rescatar aquí y ahora de tu bagaje cultural, pero te he mentido. Te he ocultado información porque hacerlo era importante para describir la escena: dónde estás, cómo es ese dónde en el que estás, con quién estás. Sin embargo, tienes una razón muy concreta para generar los juicios de valor que has generado, aunque aún no la conozcas: había entrado el revisor.

Intenta rebobinar: quedan dos minutos y medio para saber más sobre la gente que te acompaña, pero aún no sabes nada sobre ellos. Al menos no más sobre los grupos que acabarás descubriendo que sobre los demás compañeros de cubículo.

 

Y entra el revisor.

 

Los a punto de pijos-progres entregan sus billetes sin decir nada. Eso sí: cuando el revisor se equivoca y se los pide por segunda vez, se quejan con un aire de superioridad que les delata. Con un aire, pero también un número de veces tan elevado que les acaba por etiquetar del todo, al menos en tu opinión.

 

El y la amargantes se limitan a entregar su billete. Dado que de momento no hacen comentario alguno sobre nada de lo que pasa allí dentro, te resulta muy difícil identificarles. Vamos, que hasta ese punto todavía no lo has hecho en absoluto. Diez segundos más tarde, sin embargo, el amargado cree ver a su vecino por la ventana de su derecha. Está comprando fruta, y son las ocho menos diez. La combinación de los dos últimos hechos mencionados les parece totalmente incomprensible y, a todas luces, públicamente reprobable a la y el amargados, de manera que deciden reprobarlo públicamente. Que qué horas, dicen.

Son ellos, ahora lo sabes.

 

La señora de las fans intercambia unas palabras con el revisor que no consigues descifrar del todo. Cuando éste os deja, ella celebra en un volumen ensordecedor haberle ganado una batalla cuyo contenido, de momento, te sigue sin resultar obvio. De sus gritos deduces que su título de transporte había caducado, y que finalmente le han sido perdonados los 100 euros de multa. Por sus gritos sabes que quiere que creas que estaría dispuesta a ir a la cárcel antes que a pagar los cien euros. Por medio de los siguientes averiguas lo que haría si se viera algún día efectivamente obligada a ingresar en prisión por esta causa: llamaría antes a su cuñada, para que le fuera a buscar la niña al colegio.

Caray si es ella.

 

Ahora sí. Ahora conoces del todo el escenario que te he presentado desde el principio. Estás allí, al lado de la puerta, contemplando la mitad delantera del espacio que compartís, sabiendo dónde se encuentra cada uno de los grupos detectados, inquieto, agazapado, observando. Pensando: ¿estaré en lo cierto? ¿serán realmente tan lo que parecen?... Y suponiendo que sí.

 

 

Pasan otros veinte segundos. Por la puerta delantera, la más alejada de ti, accede a la habitación un personaje que no sólo parece encontrarse en estado ebrio, también declara estarlo en un volumen muy similar al utilizado por la mujer del final de la sala para la mayoría de sus declaraciones.

 

Tú le miras interesado, que es básicamente lo que haces con todo lo que te rodea.

 

Los progres-pijos no comentan nada sobre su entrada ni sobre cosa alguna que tenga que ver con él, pero se apartan un poco cuando pasa por su lado, para no verse obligados a entrar en contacto físico.

 

El matrimonio que convive con la amargura clama al cielo. Jurarías que alguno de ellos incluso se ha santiguado, pero no has llegado a verlo con claridad (recuerda que están detrás. Mírales, si quieres. Están detrás. ¿Se ha santiguado? Apuesto a que ya no puedes saberlo, es demasiado tarde) .

 

La señora de volumen moralmente cuestionable decide hacer partícipes a todos los presentes de lsu opinión, descrita a través del enunciado “y por qué no nos emborrachamos todos y a tomar por culo”, gritándolo varias veces para su regocijo personal.

 

Tú sonríes, porque tenías razón. Todos son lo que parecen.

 

Pero, ¿habrá más? ¿Habrá más gente que es lo que parece, pero cuyo estereotipo definidor no reacciona ante revisores ni borrachos, de manera que pasan desapercibidos? Al fin y al cabo tú eres un friqui de la observación de los que te rodean y probablemente nadie se haya dado cuenta. Te atormentas más aún: ¿Habrá estereotipos que reaccionen ante cualquier estímulo? ¿y ante ninguno? ¿y sólo ante otro?; ¿Cómo interactuarían entre ellos los que hoy te han hecho disfrutar tanto?; ¿Cómo reaccionarían a la consciencia de la existencia del otro, sin interactuar? ¿Empezarían a comportarse incoherentemente con lo que se espera de ellos ante la evidencia de la existencia de estereotipos?

 

Les dejas, y vuelves a sonreír, porque te gusta que, a veces (claro), todos seamos lo que parecemos.

2 comentarios

Blan -

Menos mal que te ha publicado. Yo soy súperfan del que se fija en el observador, tiene un rollo Dios Todopoderoso -eso no va con mayúscula, ¿verdad?- que es lo más.
Gracias por leer cuando sea, primo.
Un besazo.

Raül (el primo) -

Prima! No siempre te leo. Solo cuando me acuerdo o cuando tu facebook me lo recuerda.
Menudo ataque de costumbrismo te está dando, pero este último, me ha encantado, de verdad. Es como leer La Colmena, pero sin necesidad de leerla, y un poco menos larga.... ;)

Por dar una opinión, estoy de acuerdo en que nos encanta corroborar que nuestros juicios de valor son verdaderos.
Resaltar la figura del observador, que en ocasiones tiene otro detrás que "se fija en cómo se fija".